A partir de la década de 1930 y gracias a sus sobresalientes condiciones paisajísticas y playas, comienza a plantearse la idea de un plan de infraestructura urbana para convertir a Viña del Mar en una ciudad balneario de categoría mundial, plasmando a través de nuevas obras el espíritu de otorgar espacio a las nuevas prácticas sociales, culturales y deportivas asociadas al ocio y el bienestar. Dos décadas después, a partir de 1950, el movimiento moderno irrumpe de forma complementaria a esta visión original. Esto se reflejó, por una parte, en una serie de obras públicas de alto nivel, accesibles para todas las personas. Por otra parte, el sector privado también desarrolló numerosos edificios residenciales y comerciales que aportaron a que el movimiento moderno se consolidara como el estilo predominante en la identidad urbana de la ciudad, convirtiéndola en un reconocido destino turístico y plasmando los ideales de progreso a través de la arquitectura.